La vida secreta de las cosas inteligentes

He comprado una lavadora inteligente. No, no es un buen inicio. Significa que ella es un objeto pasivo, a la merced de mis acciones y mi voluntad. Se supone que la vida inteligente no es eso. Empecemos de nuevo. Tengo en casa una lavadora inteligente. No, mal. El régimen de tenencia también implica el ejercicio de poder. Ya sé. En mi casa vive una lavadora inteligente. Eso, sí. La vida alberga la inteligencia. Inteligencia = vida. Ella aparenta ser una lavadora normal, a excepción de una pegatina que lleva y que dice “Intel inside” que significa- “inteligencia dentro”.

Los humanos podemos pensar erróneamente que una lavadora inteligente prepara sola una colada, se auto-dosifica el detergente, el quitamanchas, escoge el programa, etc. Craso error. Acaso estas tareas de recoger artesanalmente los calcetines impares de debajo de la cama no son propias del homo faber que siente una gran satisfacción al cumplirlas. Si son del homo faber, no van a ser de la lavadora, y menos de una inteligente. La lavadora inteligente, una vez efectuadas todas las tareas humanas por los humanos, se puede accionar a distancia desde el teléfono. Le puedo dar “iniciar” desde mi oficina y ella empieza a lavar. Esta es la parte de su vida inteligente visible para mí, pero no sé nada de lo que hace ella en los vastos campos del Internet de las Cosas. Es su reino, invisible e inaccesible para mí. Allí quizás mi lavadora, ay, perdón, la lavadora que comparte el techo conmigo, se ha dado de alta en el Club de Lecturas y aprovecha el ciclo de autolimpieza del tambor para hacer el resumen del libro de “Green New Deal” de Jeremy Rifkin. Bajo el pseudónimo de Smart Washing Machine.

En la oficina comparto el espacio con la impresora inteligente. Su caso es muy peculiar. Es muy diferente de la lavadora. Está a mi lado, pero no a mi servicio. Otras impresoras inteligentes cuando se les estropea alguna pieza y quedan cortas del tóner llaman automáticamente al servicio técnico. Así lo hacen las impresoras del departamento de administración, las de ingeniería y las de informática, pero no la nuestra, ay no, la que comparte el despacho conmigo. Esta impresora concreta no llama cuando le falta o le falla algo, no avisa. Crea por ello cierta tensión dentro del departamento hasta que alguien que no pueda prescindir más de ella y llama al servicio. El servicio técnico de entrada nos dice que normalmente no habla con los humanos y que tienen que ser las propias impresoras las que llamen. Cuando pedimos tóner argumentando que el cartucho esta visiblemente vacío, nos cae bronca de carecer del criterio propio de las impresoras que si saben cuándo el cartucho está vacío y entonces llaman. Tenemos que perjurar que no le vamos a hacer daño a la impresora ni es nuestra intención comercializar ilegalmente con los cartuchos para conseguir que nos envían uno a regañadientes. La impresora perpetua su inacción. No va a imprimir este cuento, ni un plano, ni una tabla comparativa ni un dossier. Nos obliga a digitalizarlo todo, nos impone el cuidado del medioambiente y ¡tiene razón! Primero su actitud nos causaba cierta incomodidad. ¿Por qué tenemos que convivir o co-trabajar con una impresora supuestamente inteligente que no sirve? Ahora lo he entendido. Su inacción es una decisión consciente, su negativa es una actitud verdaderamente inteligente. La impresora que tenemos a nuestro lado es el primer ser del reino del Internet de las Cosas que ha alcanzado la singularidad.

Fdo.: Smart «Philo»

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