En mi casa, la Navidad era más bien laica ¿Cómo no lo iba a ser en un hogar donde reinaban los valores de la escuela republicana? Mi padre hubiera preferido ser pisoteado por una estampida de renos lapones antes de hacer el paripé disfrazado de Papa Noël. Ingeniero de profesión y de vocación en el sector aeronáutico, no podía evitar discurrir sobre las magras probabilidades de que un señor obeso y de avanzada edad pudiera recorrer en una sola noche, y cargado con un saco lleno de cachivaches, la superficie del globo terráqueo a bordo de un trineo tirado por plantígrados. A su vez, mi madre, ostensiblemente, envolvía los regalos (en su gran mayoría libros o juegos educativos) en el salón de casa, dejándonos a mi hermano y yo más que perplejos.
La «Magia de Navidad» no existe… ¡pero la hay!
Mi hermano y yo teníamos un ritual sagrado en esas fechas: escuchar en bucle un 33-tours en el tocadiscos rutilante de madera de caoba. Este vinilo era la grabación, con voces de actores y actrices conocidos, de la llegada de la Sagrada Familia a Belén; una versión muy sui generi de aquella leyenda bíblica, en la que se mezclaba el imaginario de Marcel Pagnol y datos históricos más o menos estables… Empezaba con una salva de trompetas que mi hermano sabía imitar perfectamente, con una vocecita que aún no había mutado y que me arrancaba la risa floja. Y luego operaba la magia… Nos quedábamos quietos haciendo funcionar nuestra imaginación y escuchando cómo los habitantes de una ciudad provenzal imaginaria se iban movilizando para ayudar a una pareja de inmigrantes (ella embarazada) recién llegada de una tierra lejana y que se alojaba en una vieja granja destartalada. Estaban allí todos los personajes que suelen componer un microcosmo social de los suburbios proletarios de Marsellas: la pescadera bondadosa y llorona que se solidariza con la futura madre, el Harpagón racista y egoísta que se niega a ayudar al principio, el pastor que no vacila en compartir lo poco que tiene, el molinero vago, pero con el corazón en la mano… El disco acababa con el parto de la señora refugiada y la exclamaciones extasiadas de todos los asistentes (incluidos el buey y un asno que, para la ocasión, podían hablar un francés de academia), con el famoso Il est né le divin enfant como música de fondo y genérico de fin. Las voces enfáticas de los actores, los efectos sonoros y las canciones nos causaban verdadera adicción…hasta que los nervios de mi padre estallaran: «¡BASTA YA con ese maldito disco!». Mi madre se enfadaba con él, reprochándole su irascibilidad. También es cierto que, a la sexta reproducción del disco, toda la casa empezaba a rayarse, nunca mejor dicho.
Buscando un poco en Internet, encontré la grabación de aquel disco en DailyMotion. La escuché, pero ya no opera la misma magia; las palabras cobran otro sentido con los años acumulados y entiendo ahora porque mi padre -profundamente alérgico a lo cursi- estallaba. Me da la risa ahora pensando que le acaba de pasar a mi hermano el enlace a DailyMotion: él, a su vez, ha sido padre de dos niñas preciosas de 7 y 9 años. Le conozco: es muy nostálgico y sentimental. No fallará en llegar a casa de mis padres con su ordenador portátil para que toda la familia reunida vuelva a escuchar…aquella rayada Pastorale des Santons de Provence.
Y para tí ¿cuál es el mejor recuerdo de la Navidad? ¡Cuéntanos!