La pandemia ha llegado como un baño de humildad global. Somos vulnerables, somos mortales, somos frágiles. Y lo somos todos, porque las diferencias de clase o cultura no inmutan a un virus que nos ha devuelto a nuestra condición de precariedad natural más primaria y ha revelado la igualdad que nos une como especie.
La epidemia nos ahoga, y su principal vía de contagio es la globalización de nuestras sociedades de rendimiento. El turismo de masas al que el planeta le quedaba pequeño. La deslocalización que buscaba producciones remotas más rentables para saciar el consumismo creciente. La fiebre de viajes de miles de kilómetros para tener una reunión de un par de horas. Todo está relacionado y todo tiene la culpa.
Esta crisis, este encierro, nos debe servir para replantearnos todo. No por el miedo al rebrote, que también, sino fundamentalmente, para que podamos mirarnos al espejo y cambiar. Porque la vida que llevábamos era enloquecida e insostenible.
Nuestra especie no vive aislada ni es autosuficiente. Depende del equilibrio del ecosistema global que ha entrado en una enorme crisis por su propio accionar. La pandemia es un pequeño aviso de los efectos devastadores de un patógeno global sobre nuestros cuerpos vulnerables. Tan patógeno y tan global como el colapso ecológico que venimos provocando.
Esta crisis, este encierro, nos debe servir para replantearnos todo.
Jorge Ponce Dawson – En Galapagar, 5 de Abril de 2020