Eduard Soler, investigador sénior y coordinador y editor del equipo de investigación de CIDOB, ha publicado en diciembre pasado, un análisis muy interesante de la agenda mundial 2020, identificando los asuntos que más destacarán. Me ha sorprendido gratamente leer el lugar preferente que le atribuye a África y reproduzco a continuación el apartado específico en el que lo plantea. El artículo completo lo podéis descargar en: https://www.cidob.org/publicaciones/serie_de_publicacion/notes_internacionals/n1_220/el_mundo_en_2020_diez_temas_que_marcaran_la_agenda_global. (¡Gracias Smart Philo por pasarnos esta información tan interesante!)
«Además del comercio y el medio ambiente, la otra gran prioridad va a ser el continente africano. En parte porque los líderes europeos y también los nuevos altos cargos llevan tiempo anunciándolo. Pero también por razones objetivas (proximidad y creciente peso de África en el sistema político y económico internacional), porque aquellos que plantean a China como rival estratégico ven en el continente africano un espacio en disputa, y también porque expira Cotonú y, por lo tanto, en 2020 debe acelerarse la negociación de un nuevo marco de relación con los países del bloque ACP (África-Caribe-Pacífico).
Aunque en Europa existe un amplio consenso de que África representa una prioridad, coexisten maneras muy distintas de aproximarse a la cooperación con el continente. Mientras que en las instituciones e incluso en algunos estados se ha adoptado el discurso de África como espacio generador de oportunidades, para otros —especialmente países vecinos o con fuerte presencia de movimientos de derecha xenófoba— prima un enfoque securitizado y con el control de flujos migratorios como punto número uno de la agenda. Algunos países africanos podrán sentirse tentados de utilizar el supuesto miedo migratorio para negociar bilateralmente y desde una posición de fuerza contra la UE o alguno de sus estados miembros. Eso constituiría un obstáculo para desarrollar una cooperación continente-continente y con una agenda transformadora.
Afrooptimismo y afrorrealismo
África ha ganado centralidad. A nadie se le ocurre ya calificarla como un continente olvidado. África genera muchísimo interés, quizás más de lo que el continente puede absorber. Sobre todo, cuando este interés va acompañado de ambiciones geopolíticas que, planteadas en un contexto de rivalidad global o regional, sitúan este territorio como un espacio preferente de competición. En todo caso, los tiempos del afropesimismo ya han pasado y, en la década que ahora empieza, la discusión sobre África oscilará entre los afrooptimistas, que describirán el continente como un pulmón de vitalidad y generador de oportunidades, y los afrorrealistas, que reconocerán estos desarrollos positivos pero señalarán también su fragilidad o aportarán contrapuntos menos prometedores, como la magnitud de las crisis humanitarias o la vulnerabilidad climática.
Así será cuando hablemos de desarrollo y crecimiento económico. El 1 de julio de 2020 empezarán a estar operativos los mecanismos del Tratado Continental Africano de Libre Comercio que formalmente entró en vigor en 2019. La creación de esta área de libre comercio, una vez haya sido ratificada por todos los estados que ya dieron su acuerdo, será la mayor del mundo en número de países y hay estimaciones que apuntan a que, como resultado, el comercio intraafricano puede incrementarse en un 50%. Además, en el continente africano se encuentran algunas de las economías que crecen más rápidamente. Es el caso, por ejemplo de Etiopía, con estimaciones que llegarían a superar el 9%. Pero también los de Ruanda, Senegal, Ghana, Tanzania o Costa de Marfil, todas ellas economías con crecimientos superiores al 6%. A pesar de estas cifras, el punto débil es que el crecimiento va acompañado de mayores niveles de desigualdad y de mayores retos medioambientales y urbanísticos. Además, la principal potencia económica y demográfica del continente, Nigeria, no consigue superar la barrera del 3% de crecimiento anual desde 2014 y no hay perspectivas de mejora a corto plazo. Y la segunda economía, Suráfrica, tiene niveles de crecimiento todavía más anémicos.
Las visiones optimistas también se han trasladado al ámbito político. Los vientos de cambio en Sudán, tras la destitución de Omar al-Bashir, o el liderazgo del primer ministro de Etiopía, Abiy Ahmed, laureado con el Premio Nobel de la Paz, han despertado expectativas. También ha generado interés el dinamismo de las movilizaciones sociales y políticas —a las que a veces se ha llamado primaveras africanas— o el hecho de que a pesar de los muchos problemas, los cambios de liderazgo en países como Nigeria o la República Democrática del Congo se hayan hecho sin mediar violencia. El contrapunto a esta narrativa está en la fragilidad de las transiciones en curso —empezando por la de Sudán—; en el hecho de que los cambios de liderazgo (como en Zimbabue tras la destitución de Mugabe) no implican necesariamente un cambio de sistema; en los dictadores o en estirpes como los Obiang o los Bongo, que siguen aferrándose al poder; o que incluso Etiopía —a la que se presenta como modelo de éxito y fuente de esperanza— tiene que hacer frente a fuertes tensiones internas con los Oromo y a corrientes de fondo de malestar social.
El regionalismo en África también parece gozar de mejor salud que en el resto del mundo. La Unión Africana se siente reforzada y reclama mayor protagonismo aunque como organización todavía no sea autosuficiente y siga dependiendo, en buena medida, del apoyo que recibe de actores no africanos como la Unión Europea. Aún más exagerada es la dependencia internacional del G5 en el Sahel. En todo caso, la voluntad de articular relaciones con el conjunto del continente africano ha despertado el apetito de muchos actores globales para celebrar cumbres e incluso competir entre sí. La primera cumbre ruso-africana de octubre de 2019, sumándose a las que ya organizaban China, la UE, Turquía o India, apuntaló esta tendencia. En esa misma lógica de competición y espacios de influencia, en 2020 habrá que estar muy atentos a las dinámicas geopolíticas en el mar Rojo, el espacio que conecta África con el complejo de seguridad de Oriente Medio, y a través del cual los países del Golfo también buscan hacerse un hueco en esta competición.»