Descripción
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EL IDIOTA
Fiódor M. Dostoievski
Editorial: e-artnow ediciones; 5ª edición (31 julio 2013)
Debate Club de lecturas 1/3: Sábado 8 Abril 2023 – 19hrs España
Debate Club de lecturas 1/3: Sábado 22 Abril 2023 – 19hrs España
Debate Club de lecturas 1/3: Sábado 6 Mayo 2023– 19hrs España
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Guía de Lectura preparada por: Pepa Gandasegui – Villanueva de la Cañada, Madrid, España
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Fiódor Mijáilovich Dostoievski (en ruso: Фёдор Миха́йлович Достое́вский; Moscú, 11 de noviembre de 1821-San Petersburgo, 9 de febrero de 1881) fue uno de los principales escritores de la Rusia zarista, cuya literatura explora la psicología humana en el complejo contexto político, social y espiritual de la sociedad rusa de la segunda mitad del siglo XIX.
Es considerado uno de los más grandes escritores de Occidente y de la literatura universal. De él dijo Friedrich Nietzsche: «Dostoievski, el único psicólogo, por cierto, del cual se podía aprender algo, es uno de los accidentes más felices de mi vida». José Ortega y Gasset escribió: «En tanto que otros grandes declinan, arrastrados hacia el ocaso por la misteriosa resaca de los tiempos, Dostoyevski se ha instalado en lo más alto».
Dostoievski fue influenciado por una variedad de filósofos y autores entre los que están: Aleksandr Pushkin, Nikolái Gógol, San Agustín, William Shakespeare, Walter Scott, Charles Dickens, Honoré de Balzac, Mijaíl Lermontov, Victor Hugo, Voltaire, Edgar Allan Poe, Platón, Miguel de Cervantes, Aleksandr Herzen, Immanuel Kant, Visarión Belinsky, Lord Byron, G. W. F. Hegel, Friedrich Schiller, Vladímir Soloviov (con quien estableció una buena amistad), Mijaíl Bakunin, George Sand, E. T. A. Hoffman y Adam Mickiewicz.
La obra de Dostoievski influyó en la literatura mundial, en autores como Albert Camus, Jean-Paul Sartre, André Gide, André Malraux y los rusos Antón Chéjov, Lev Shestov, Mijaíl Bulgákov y Aleksandr Solzhenitsyn. También el filósofo Friedrich Nietzsche, la aparición del existencialismo y el freudismo encontraron en Dostoievski una fuente de inspiración.
EL IDIOTA
Fiódor M. Dostoievski
- CONTEXTO
- RUSIA EN EL SIGLO XIX
Existen en Rusia dos clases de esclavos: los […] del soberano y los […] de los señores. […] No hay en Rusia personas verdaderamente libres, con excepción de los mendigos y los filósofos. La relación que mantienen entre si estas dos clases de esclavos es lo que aniquila cualquier energía entre los rusos. Los nobles no tienen ninguna clase de existencia política, basan la libertar de sus vidas en sus rentas y en sus tierras, y en la servidumbre de los campesinos, que ven en ele trono el único contrapeso capaz de moderar el poder de los señores.
(Informe Speranski, ministro reformista del zar Alejandro I. 1802)
El imperio ruso
La historia de Rusia en el siglo XIX gira en torno a un problema económico y social fundamental: si se abolía la servidumbre ¿de quien serían las tierras? A quien se debía desposeer ¿a la nobleza, o al campesinado?
En la primera mitad del siglo XIX Rusia vivía ajena a los cambios económicos y sociales de la revolución industrial. Con una población de 40 millones de habitantes, 36 millones eran campesinos, la mayoría siervos (“almas” los llamaban, como objeto de posesión). La servidumbre era por lo tanto el rasgo más definitorio de la sociedad rusa. La base única de su economía era la agricultura, atrasada técnicamente, que impedía que se diesen las bases de una economía moderna. A este condicionante se añadía la ineficacia de una administración burocratizada en manos de la nobleza, el retraso intelectual re que ellos llamaban occidentales y la falta absoluta de modernización de sus estructuras económicas y sociales.
En la autocrática Rusia el Zar concentraba todos los poderes, sin limitaciones parlamentarias ni constitucionales. Las herramientas de su gobierno eran dos: la policía y la burocracia. La nobleza detentaba la propiedad de la tierra, cubría la oficialidad del ejército y los altos cargos de la admiración. Era una sociedad estamental, basada en los privilegios, por lo que abolir la servidumbre socavaba las bases mismas del sistema. En Rusia, hasta bien entrada la segunda mitad del siglo, no existía la burguesía, las profesiones liberales las ejercían los descendientes de la nobleza.
Los cambios se produjeron lentamente, impulsados por las circunstancias más que por una voluntad reformadora de ideología ilustrada. En primer lugar, las guerras napoleónicas pusieron a los oficiales del ejercito ruso en contacto con otras realidades políticas: países con partidos políticos, una ideología liberal que latía en casi toda Europa, sistemas de gobierno con control parlamentario y dirigidos por una constitución aprobada por los poderes representativos. Estos oficiales fueron los que protagonizaron la llamada Revolución Decembrista de 1825. Por esta vía, la nobleza entra en contacto con los intelectuales europeos al estudiar sus hijos en universidades de prestigio. Pero, además, entre 1821 y 1861 se produjeron continuas revueltas campesinas de menor o mayor calado al agravarse la situación de los siervos, hundidos física y espiritualmente, por las exigencias económicas de los nobles que estaban endeudados y necesitados de liquidez. La guerra de Crimea en 1855 dejó en evidencia la carencia de infraestructuras del país y su atraso industrial respecto de otros estados. Al mismo tiempo se producía un aumento exponencial de la población, por lo que la situación llegó a ser explosiva.
Alejandro II
Alejandro II vio claramente que la reforma debía realizarse desde arriba, antes de que se empezase a derribar el sistema desde abajo. En 1861 el zar dictó el decreto de libertad personal de los colonos, aunque la verdadera emancipación no se produce hasta 1863. El principal problema que se plateaba era la forma de redistribuir la tierra. Finalmente se llevó a cabo este camino por un sistema complicado que no finalizó hasta 1877. Los campesinos compraban la tierra que venían cultivando, o las parte que se les adjudicase, mediante préstamos estatales, al mismo tiempo que el estado indemnizaba a la nobleza, que perdió sus podres administrativos y judiciales heredándolos las comunidades locales y provinciales. En estos años es cuando se produce un gran incremento de la exportación de granos al comercio exterior.
El aumento demográfico y las malas cosechas de la ultima década del siglo empujó la emigración anterior hacia zonas despobladas como el sur y Siberia, movimiento que coincidió con la construcción del ferrocarril transiberiano.
La siguiente cuestión a afrontar fue la industrialización del extensísimo territorio ruso.
La trasformación de Rusia en una sociedad industrializada, aunque lo fuera parcialmente, revistió la fórmula de una intervención estatal con escasa financiación privada, en la mayoría de los casos extranjera sobre todo francesa. En este cambio tuvo un papel esencial la construcción de los ferrocarriles dada la necesidad de comunicarse en un país tan extenso territorialmente. Derivado de esta circunstancia motora del cambio industrial, fueron las explotaciones de carbón, hierro y petróleo. Por el contario, la industrial fabril presentó una implantación reducida.
Las medidas modernizadoras en la Rusia del siglo XIX no supusieron un correlativo en la modernización política. Si bien Alejandro II reformó el sistema judicial y las universidades con el fin de buscar una equiparación con el resto de países europeos -fue el segundo país que abolió la pena de muerte, detrás de Portugal- , nunca se admitió la posibilidad de implantar un sistema parlamentario representativo. En la sociedad rusa de mediados del siglo, existían movimientos ideológicos liberales y de corte populista y social, sobre todo en el mundo urbano e industrial. Pero el matiz controlador y policial del estado zarista generó reacciones de intentos revolucionarios, con distintos atentados (el de 1881 le costó la vida al Zar Alejandro), lo que produjo una reacción brutal del poder, que se fue endureciendo en el reinado de Nicolás III con duras medidas étnicas en Polonia y contra la población judía.
Lo que ocurrió después, ahora, nos es ajeno.
1.2 LA ENFERMEDAD MENTAL EN EL SIGLO XIX
Cuando empieza el siglo XIX la enfermedad mental sigue teniendo las mismas connotaciones peyorativas y discriminatorias que había tenido en los siglos anteriores. En el siglo XVIII, la edad de la Razón, los que la habían perdido estaban en una situación de desventaja respecto del resto de la sociedad. Mientras que la ciencia avanzaba a zancadas, la situación de los enfermos mentales retrocedía, separándolos de su medio social e instalándolos en lugares que precipitaría la demencia de la mente más racional, y en los que se imponían severos castigos a aquellos que presentaban un comportamiento errático. Eran seres excluidos sin derechos ni posición social, a los que se les daba un trato brutal y su vida estaba marcada por la tortura y la miseria.
Con la llegada del romanticismo, los enfermos mentales empezaron a convertirse poco a poco en personas. El principal logro del siglo XIX fue la creación de hospitales psiquiátricos para el cuidado de estos pacientes, en los que se conseguía que muchos de ellos mejorasen e incluso se curasen de sus dolencias.
Eran enfermos mentales las personas epilépticas, los idiotas y los deficientes mentales. Esta clasificación de la enfermedad mental se refería únicamente a los síntomas que presentaba la persona enferma, sin indagar mucho en las causas y sin ningún método fiable para hacer el diagnóstico. Si la epilepsia se diagnosticaba por los síntomas, esta claro que estos, al no ser unívocos y no existir una forma objetiva de diagnóstico, podían englobar otras muchas formas de patología mental diferentes de lo que hoy se sabe que es una enfermad convulsiva.
A los considerados enfermos mentales se les atendía en el propio hogar (es el caso de los “idiotas” a los que se les calificaba como inofensivos), pero, cuando el grado de alteración hacia que se valorase a la persona afectada de una dolencia mental como peligrosa para si misma y para la sociedad, se la ingresaba en una institución destinada a albergar a las personas que padecían una enfermedad de este tipo. Estas instituciones (manicomios, asilos) eran en realidad una defensa social. Se diferenciaba a los enfermos mentales en dos categorías: curables e incurables. Los últimos estaban destinados a una vida de confinamiento y encierro, la mayoría de las veces en situaciones lamentables de higiene, alimentación y trato. Eran atendidos, en el mejor de los casos, por médicos generalistas, sin conocimientos específicos de salud mental.
Con el tiempo, las iniciativas privadas, y la beneficencia pública empezaron a buscar nuevas formas de tratamiento fuera de los asilos y a reformar este tipo de instituciones. A los médicos que atendían a estos enfermos se les empezó a llamar “alienistas”.
En la segunda mitad del siglo XIX, mientras se debatía la naturaleza de la enfermedad y sus parámetros, se plantearon las enfermedades mentales como enfermedades del cerebro y del sistema neurológico, atribuyéndoles una causa morfológica, o bien como consecuencia de la herencia y de las adicciones -alcoholismo- pensando que, si se conocían sus causas, se podrían prevenir.
En el último tercio del siglo, se especula sobre la necesidad de tratamientos específicos para cada enfermo: vida en el campo, en la casa del médico, régimen de puertas abiertas, terapias ocupacionales. Se considera que el enfermo mental necesita un trato más humano y tratamientos personalizados. Comienzan a utilizarse la hidroterapia y la electroterapia, con resultados desiguales.
Al finalizar el siglo XIX y a comienzos del siglo XX se perfilan dos corrientes para el tratamiento de la enfermedad mental: la psicoanalítica y la biológica.
Lo que ocurrió después, ahora, nos es ajeno.
- ESE ESTIGMA LLAMADO EPILEPSIA
La epilepsia es una enfermedad provocada por un desequilibrio en la actividad eléctrica de las neuronas en alguna zona del cerebro. Se trata por lo tanto de uno o varios trastornos neurológicos que predispone al cerebro a padecer convulsiones recurrentes, cuyas consecuencias pueden ser cognitivas y psicológicas. Las crisis epilépticas suelen ser momentáneas, con posible disminución de conciencia y con o sin movimientos convulsivos. El diagnóstico de la epilepsia se realiza con un electroencefalograma. Esto es ahora, y no desde hace mucho tiempo.
Pero desde la antigüedad pocas enfermedades han suscitado tanto misterio y temor como la epilepsia. Las informaciones más antiguas que existe sobre la enfermedad la confieren un carácter sobrenatural o diabólico. Los griegos le pusieron nombre que significa fuerza que cae encima de un hombre y que se apodera de él, de ahí que a los episodios de la enfermedad se le llame “ataques.” El gran Hipócrates es el primero que considera el carácter natural de la enfermedad. Esto no quiere decir que se pasase a ver la epilepsia como un hecho natural, sino que se la siguió percibiendo como una intervención de fuerzas oscuras y sobrenaturales en las personas. Fue un médico romano el que acuñó el termino aura, que significa brisa, para denominar la sensación que el enfermo notaba antes de sobrevenirle una crisis. En Roma el epiléptico fue repudiado y marginado socialmente.
En esta consideración de la epilepsia como una posesión demoniaca influyó notablemente la descripción que hace San Marcos en su evangelio del episodio en el que Jesús manda salir al espíritu mudo y sordo que habita en el cuerpo de un epiléptico. Este texto tuvo una influencia trascendental, de la mano de la difusión y asentamiento del cristianismo y su Iglesia, ya que durante una larguísima etapa histórica al epiléptico se le consideró un endemoniado, y cuya única cura era el exorcismo. Hasta el siglo XIX, en el que los epilépticos salen de las prisiones y se los recluye en los asilos, mientras se observa que la enfermedad tiene un sustrato biológico y se analizan sus síntomas y posibles causas desde una perspectiva científica. Pero no es hasta el siglo XX, cuando los patrones electroencefalógrafos permiten un mejor conocimiento de la dolencia y se evita así la estigmatización de las personas que padecen epilepsia. Nace una Liga Internacional para la epilepsia. La primera clasificación de las crisis epilépticas internacionalmente aceptada no se consiguió hasta 1970.
Pese a todo este recorrido, todavía hoy hay personas que padecen epilepsia y lo ocultan socialmente. Algo del estigma social flota en el aire.
PREGUNTA 1: Hasta hace no muchos años se ha hablado de “enfermedad mental”, ahora la cuestión se analiza desde una perspectiva más positiva, ahora se debate sobre “salud mental”. ¿Os parece que realmente ha cambiado ha percepción que se tiene respecto de la enfermedad/salud mental en la sociedad?
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