El fin del «Homo Sovieticus» – Svetlana Aleksiévich

Descripción

Libro: El fin del “Homo Soviéticus”

Autora: Svetlana Alksiévich

1ª Edición original: 2013

1ª Edición en español: 2015 – Editorial Acantilado, Barcelona

Debate presencial 1/2: Viernes 7 de Febrero de 2020, 19hrs – Biblioteca de Galapagar

Debate presencial 2/2: Viernes 21 de Febrero de 2020, 19hrs – Biblioteca de Galapagar

 

Guía de Lectura: Smart Philo / Viñetas: Magdalena Plocikiewicz, conectada desde Barcelona, España

 

 

 

Svetlana Aleksiévich, la confidente del alma rusa inspirada por Dostoievski, desciende en sus relatos testimoniales hasta lo más profundo del dolor, hasta lo más recóndito del misterio, hasta el extremo del sacrificio, hasta los confines del amor. Retrata la vida desde la crudeza del testimonio, cargada de empatía, pero no sentimentalismo. En los relatos de Aleksiévich sobre la vida casi siempre asoma la muerte. Si tuviera que resumir los libros de Svetlana en 4 palabras estas serían: dolor, muerte, guerra y amor. Alguien que lleva toda la vida releyendo Dostoievski ¿puede escribir sobre otros temas?

Nacida en Ucrania el 1948 vive actualmente en Minsk, teniendo una relación difícil con Putin y Lukashenko. Acude a muchas citas internacionales desde 2015 cuando fue galardonada con el premio Nobel. La literatura documental de Aleksiévich, en forma de testimonios directos, trata sobre la guerra de Afganistán (“Los muchachos de zinc”, 1989), los suicidios después del desmantelamiento de la URSS (“El hechizo de la muerte”, 1993), los traumas directos causados por la catástrofe de Chernóbil (“Voces de Chernóbil”, 1997).

En su página web, Aleksiévich escribe: Busco la vida para observar los matices, los detalles. Mi interés recae no en los hechos como tales, no en la guerra como tal, no en Chernóbil como tal, no en el suicidio como tal. Estoy interesada en lo que está pasando al hombre. Como se comporta y reacciona. Cuánto hombre biológico hay en él, hasta qué punto es hombre de su tiempo, hasta qué punto es hombre.  Aleksiévich prefiere que las voces humanas hablen por ellos solos, por lo que no interpreta ni juzga. Sin embargo, entre líneas, asoma su profundo humanismo, su empatía, su comprensión. Según la premio Nobel, el arte ha fallado en entender muchas cosas sobre el hombre, pero el documento no miente., El documento de SA está lleno de sentimientos, siempre vividos en primera persona. Compongo mis libros de miles de voces, destinos, fragmentos. Aleksiévich ha escrito 5 libros en 20 años, con unas 500-700 reuniones por libro, historias que abarcan el alma soviética y rusa desde la revolución de 1917 hasta la actualidad. Sus polifónicos relatos, a medio camino entre la literatura y el periodismo, han servido de guión para diversos documentales y obras del teatro.

 

Svetlana Aleksiévich “El fin del homo sovieticus”, Acantilado, 2015

 

HOMO SOVIETICUS

El comunismo se propuso la insensatez de transformar al hombre “antiguo”, al viejo Adán. Y lo consiguió. Tal vez fuera su único logro. En sus 70 años, el marxismo- leninismo ha creado un arquetipo humano- “el Homo soviéticus”. ¿Es un personaje trágico o solo un hombre anticuado?

SP[1]: Este hombre se me hace conocido. Conviví con esta subespecie humana a lo largo de mi infancia en Polonia, por lo que albergo un pequeño Homo sovieticus dentro de mí.

SA ha viajado por todo la antigua URSS para hablar con muchos Homo sovieticus (Kazajos, Turkmenos, Rusos, Ucranianos, entre otros). Todos ellos, a pesar de vivir actualmente en países distintos y hablar idiomas diferentes, son inconfundibles por haber desarrollado un lenguaje propio, una peculiar noción del bien y del mal, una singular relación con los héroes y los mártires, y con su propia muerte. El Homo sovieticus despreciaba la belleza, los arreglos, el baile. Los nombres de las niñas en la URSS eran: Liublena (“quiero a Lenin”), Marxana, Stalina, Englesina, Iskra (chispa). Las palabras que hieren el oído hoy, eran su léxico de cada día: disparar, fusilar, liquidar, mandar al paredón, arresto, diez años sin derecho a correspondencia, emigración. Convivían con mucho odio, con gulags, con guerras, con deportaciones y limpiezas étnicas de pueblos enteros. Homo sovieticus es un paradigma creado durante los 70 años marcados por las 4 generaciones de líderes comunistas: Stalin, Jrushchov, Bréznhev y Gorbachov. Hay Homos sovieticus que internalizaron el ideal del comunismo de forma tan extrema que su identidad como personas se fusionó con él. Muchos de ellos acabaron suicidándose, siendo incapaces de vivir de otra manera y ser felices tras la transformación del sistema al capitalismo.  La psicología de la guerra, del miedo y de la persecución, ejes constituyentes del Homo sovieticus, han penetrado tan a fondo en el alma rusa que ni siquiera en los tiempos de paz Rusia es capaz de olvidar la guerra. Nunca fuimos conscientes de la esclavitud en que vivíamos; aquella esclavitud nos complacía.  Solo un soviético puede llegar a comprender a otro soviético. Todos contábamos con una sola memoria del comunismo.

Mientras en los años 90’ parecía que Homo sovieticus fue enterrado en una profunda tumba, 10 años después revive cual fénix. Reaparece el culto a Stalin, a quien se percibe de nuevo como un gran dirigente político, un líder carismático. Todo lo soviético vuelve a estar de moda: la estética, los sabores, las excursiones a los campos de trabajo. Vuelven ideas como la mano dura, la idea de gran imperio y de excepcionalidad de Rusia. Se recupera el himno soviético, los Komsomoles (organizaciones juveniles comunistas), el Partido Comunista gana una cuota del poder. El presidente empieza a ser un símil del 1er Secretario del Partido Comunista. La Iglesia Ortodoxa rusa sustituye ideológicamente el marxismo-leninismo.

SP: En los países satélites de la URSS, como Polonia, no tiene lugar este despertar de la añoranza comunista a gran escala. La gente sí muestra un descontento con el libre mercado, pero este mismo no se traduce en un nuevo despertar comunista, sino más bien que reviven las viejas heridas hechas por el régimen y el anticomunismo toma la forma de una deriva ultranacionalista.

 

PREGUNTA #1) ¿Quién es el Homo sovieticus?

 

LA VERDAD

Al principio de la nueva era poscomunista, la verdad fue algo inquietante y hasta desconcertante: había varios diarios y cada uno decía una cosa diferente. ¿Dónde estaba la verdad?

Al analizar las citas de las cabezas del comunismo, empezando por Lenin, estas llamaban a la humillación, al ahorcamiento, a la aniquilación de los kulaks (propietarios de las tierras), de los ricos y de cualquiera que no alabase el régimen. Cuando todas estas declaraciones salieron a la luz, asumirlo resultó insoportable para la población. La verdad de la memoria histórica y la libertad empezaron a ser enemigos.

[1] SP comentarios de la autora del texto

 

PREGUNTA #2) ¿Es más fácil vivir en el sistema que impone a todos la misma verdad o buscarla individualmente?

 

LA LIBERTAD

SP.: A la hora de la transición del sistema, la esperanza del mañana mejor era tan fuerte que la gente creía en la transformación mágica. La “libertad” iba a ser la palabra clave para abrir las puertas al mundo feliz. Y no lo fue.

Al principio todos estaban ebrios de libertad, pero sin estar preparados para ella. Parecía que era algo sencillo, pero los Homo sovieticus solo sabían morir por la libertad y no vivir en ella. En los primeros años 90’, en las calles se respiraba fraternidad, alegría, ilusión. Eran los inicios de la nueva era, donde la gente vislumbraba una gran felicidad. La libertad lo era todo.

Al cabo de muy poco tiempo la libertad ha empezado a ser sinónimo de consumo- “la libertad del capricho”. Ya nadie hablaba de ideas, solo de créditos, porcentajes y acciones. La libertad del consumo significaba tener un amplio surtido de embutidos, vodka, pescado y plátanos.

Para los padres nacidos en la URSS la libertad era la ausencia de miedo, para sus hijos la libertad es amor, la libertad interior de no temer los deseos y tener mucho dinero.

 

LAS COCINAS

¿Dónde estaba la libertad? Pues, en las cocinas, dónde se continuaba diciendo pestes del gobierno, como había sido costumbre siempre. En realidad, las cocinas eran espacios míseros de 10-12m2, ubicados en gran medida en los grandes bloques de prefabricados de los años 70’ y separados del lavabo por un finísimo tabique. Estos espacios no solo servían para cocinar, sino como comedores, salones, despachos y tribunas de opinión. Allí se practicaba la terapia del grupo. La perestroika nació en las cocinas. Mientras en el siglo XIX la cultura rusa surge en las haciendas, en el siglo XX el debate hierve en las cocinas. En las cocinas nacían proyectos fantásticos, toda una generación había crecido en las cocinas escuchando la música de Okudzava y Visotski, entre la BBC y las conversaciones existenciales. Allí se pasaba horas bebiendo té, café y vodka. A los rusos les gustaba charlar en la cocina, leer libros, ser espectadores. En las cocinas se preparaba la sopa sin soltar los libros. Las palabras tenían valor sagrado, mágico. La gente se alimentaba leyendo y discutiendo (sic!: cada cocina era un club de lectura y debate!). Allí, en las cocinas nacía la oposición, la cual luego se atrevería o no a tomar las calles, pero al salir resultó que sus ideas ya no valían para nada.

SP: Las cocinas eran los Hyde Parks privados donde la gente se permitía libre expresión. Eso sí, en voz baja que solo se elevaba cuando subía el percentil de alcohol en sangre. Las cocinas eran zonas francas de régimen especial dónde, en los círculos de confianza, se abolía la censura. En las cocinas también se escuchaba Radio Europa Libre o La Voz de América, siempre con el fastidioso zumbido de fondo emitido por los aparatos del estado.

De alguna manera, el espíritu de las cocinas pervive en mi generación. En la multicultural residencia de estudiantes Erasmus en Barcelona en el año 2000, los polacos éramos conocidos por nuestras largas sesiones del debate, que a ojos y oídos de nuestros compañeros, y debido a la crudeza del idioma lleno de consonantes, parecían criptográficos complots de la extraña estirpe de la gente del este.

 

PREGUNTA #3) Para los soviéticos las ágoras eras sus minúsculas cocinas. Allí podían expresar lo que pensaban. ¿Cuáles son nuestros espacios de debate- son reales, virtuales, mixtos?

 

LA PERESTROIKA

Rusia cambiaba y al mismo tiempo se odiaba por estar cambiando.

De repente todo colapsó y los rusos se han quedado sin pasado. Los valores se hundieron y los sueños se convirtieron en deseos pequeñoburgueses de tener el coche, construir la casa, tener la dacha con el jardín. Todo el entorno había mutado: la ropa que llevaba la gente, los restaurantes, los rótulos, los objetos cotidianos, el dinero, la bandera.

En los años 90’ reinaba la inocente felicidad y la convicción de que el comunismo y su herencia han sido despedidos para siempre. Se han expulsado los pequeños símbolos comunistas: los paquetes de sal siempre húmeda, el olor a cloro de los comedores, el sinsabor de la comida, la grisura de todo. Ha desaparecido la comuna y la comunidad. Cuando el antiguo monolito del sistema comunista ha volado por los aires, las vidas humanas se han convertido en independientes islotes.

SP: En 1989, cuando ocurrió el cambio, todo fue tan instantáneo que no ha habido tiempo de reflexionar ni de despedirse del pasado. Esperábamos los cambios con los brazos abiertos. Tenía 11 años en aquella época y lo que más atención me llamaba era que la vida empezó a llenarse de color con los primeros paquetes de ositos Haribo, chicles Donald y pequeños zumos tetrabrick que empezaron a vender en las camillas plegables los primeros comerciantes de la antes vetada “iniciativa privada”. En las tiendas nunca antes había habido nada de esto. ¡Y los leotardos estampados- eran lo más! Paso seguido, han empezado a brotar las tiendas de música: casetes de Sinead O´Connor, Pink Floyd, Queen, Nirvana. Era increíble. Queríamos comprarlo todo. Y cuando estos mismos artistas aparecieron en la MTV, a la hora de abolir la prohibición de las antenas parabólicas, entonces ya la explosión de felicidad era absoluta y nos quedamos embobados frente a tele para ver como cantaban y bailaban las celebridades.

Más adelante, cuando llegué a Salamanca a finales de los años 90’ y veía los carteles de las Juventudes Comunistas Españolas me indignaba hasta tal grado que escribía comentarios críticos sobre estos mismos, actuando de noche con un rotulador. Y cuando llegué a Barcelona me apodaron “Perestroika”.

 

PREGUNTA #4) ¿Cómo vivíamos la perestroika en el lado occidental del telón de acero? ¿Éramos conscientes de su impacto?

 

GORBACHOV- DEL AMOR AL ODIO

En la época de Gorbachov el paraíso parecía estar a la vuelta de la esquina. Todos ansiaban probar la comida sabrosa, ponerse los tejanos y ropa de colores vivos. La perestroika ha significado abandonar el proyecto grandioso de Rusia como una nación heroica y entregarse a la vida cotidiana. Para los comunistas esto era una traición, un abandono de los ideales, una vida banal. Toda la civilización y el esfuerzo de varias generaciones se arrojaron a la basura. Con Gorbachov el país se había convertido en un inmenso foro de debate, en el cual él mismo ha sido ampliamente criticado por los comunistas acérrimos, como agente de EEUU enviado para desestabilizar la URSS, introducir el liberalismo y convertir el gran imperio en un supermercado. Posteriormente, con las reformas y la privatización, muchos de los que apoyaron la perestroika fueron despedidos de sus puestos de trabajo. Gorbachov quería enamorar a todo el mundo y que los hippies franceses llevasen camisas con su retrato.

SP.: A mi Gorbachov se me figuraba como un tío abuelo bonachón. Mis padres lo miraban con una esperanza que rozaba el amor.

 

EL FALLIDO GOLPE DE ESTADO

A principios de los años 90’ la gente estaba desconcertada y dividida. Había una fuerte élite militar y un importante tejido social acostumbrado a vivir bajo el yugo marcial. En 1991, tres años después de la caída del muro de Berlín, y cuando la perestroika ya estaba instalada, tuvo lugar un intento de golpe de estado. De repente las calles se vieron llenas de tanques de guerra y la gente no supo cómo reaccionar, mientras los medios de comunicación solo emitían “El Lago de los cisnes”. Sorprendentemente, grandes masas de personas salieron a la calle, y en un ambiente festivo animaban a los soldados para que se sumasen a la manifestación, regalándoles flores y comida. La gente había superado el miedo reinante, herencia de la época estalinista, de ser brutalmente masacrada y confió en una retirada pacífica de las tropas. El golpe tomó un giro inesperado cuando su líder, el general Ajromeiev, se suicidó en el Kremlin. Las tropas se retiraron y el camino para el capitalismo ruso se allanó. Tras el fallido golpe de estado muchos comunistas sufrieron una profunda depresión. El suicidio de Ajromeiev no fue un caso aislado. En el Kremlin había gente bien informada que había leído los pronósticos de Zbigniew Brzezinski sobre la caída del comunismo. No obstante, pensaron que no iba a ocurrir. Las élites tal vez no creían en el futuro glorioso comunista, pero pensaban que la gente si creía en él.

 

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